Somos capaces de tratar con mucho desprecio y rechazo nuestro cuerpo hasta llegar al punto de relacionarnos con el mismo como si fuera una máquina;
una máquina que sólo obedece órdenes para rendir o producir constantemente y sin parar, llevando nuestros esfuerzos al límite de nuestra salud.
Todas estas decisiones, muchas inconscientes, tienen una consecuencia en nosotros ; sentimos dolor físico y emocional en el fondo de nuestro Ser.
Sin embargo, no queremos escuchar este mensaje que el cuerpo nos proporciona. Queremos desconectarnos de los mensajes que nos manda, e incluso llegamos a tolerar esta forma de relación insana.
Esa distancia que podemos llegar a tener con nuestro cuerpo, nos lleva a desensibilizarnos de nuestras sensaciones físicas y de la amplia gama de nuestras emociones, las cuales nos impulsan a tomar conciencia de lo qué necesitamos para satisfacer nuestras necesidades humanas.
«Si no siento, no sufro» negamos el gran potencial que puede tener nuestro cuerpo pero nos equivocamos al creer que es el chivo expiatorio de nuestros conflictos.
Nos volvemos fóbicos al dolor. Vivimos a medias.
Parece que sólo tomamos el valor de nuestro cuerpo en situaciones donde tenemos que parar forzosamente debido a una enfermedad, una lesión física, etc.
«Siempre hay cosas que atender y que hacer» o «no tengo tiempo para prestarme la debida atención» o «no siento nada». Podemos tener miedo a parar y escuchar nuestras necesidades.
En muchas ocasiones, podemos reprimir o somatizar, en nuestro cuerpo, sentimientos como la rabia, tristeza o miedo, ya que nos hacen sentir muy vulnerables, y asociamos esa sensación con falta de valía en nuestra persona.
En nuestra conciencia pueden aparecer pensamientos muy críticos y crueles con nosotr@s mism@s que nos alejan de la acogida compasiva que necesitamos.
La relación de nuestra mente/cuerpo necesita una reconciliación profunda, para que en danza, ambas muestren lo mejor que tienen dentro.
Desde el cultivo de la presencia, el reconocimiento y el habla amorosa de nuestro cuerpo se nos abre la posibilidad de sentir las sensaciones que nos conectan con lo vivo, con nuestra propia naturaleza.
Podemos conectar con la sensibilidad, la inocencia, la intuición, la belleza y la bondad de nuestro cuerpo.
Para ello, la terapia es un espacio donde te puedo acompañar a desarrollar una relación más sana contigo mism@.
Una forma creativa de volver a conectar con tu cuerpo, es tumbarte en un lugar tranquilo, cerrar los ojos y realizar un chequeo corporal, de pies a la cabeza, y de cabeza a los pies.
A continuación, dedícate el tiempo que necesites para agradecer a cada una de las partes de tu cuerpo por estar en tu vida.
0 comentarios